viernes, 11 de junio de 2010

Pastelero a sus pasteles. Una diatriba sin ganadores.

Horas antes de darse el pitazo inicial a Sudáfrica 2010 me parece un momento apropiado para cumplir la promesa que les hice a mis panas compañeros de este blog, sobre publicar mi visión con respecto a un tema difícil y yo diría que triste, que ya se ha tocado aquí en ClanDIEZtino. Se trata de esa manera en la que se viven los mundiales de fútbol en nuestro país, que ha dado lugar a una discusión que, en mi humilde opinión, si no se aborda con mesura, puede llevar a callejones sin salida que no aportan nada valioso.

En ningún momento (Gracias a Dios) me he sentido atraído por la idea de ataviarme con los colores de selección foránea alguna que me haya gustado o a la que la haya puesto la ficha en campeonatos internacionales. Me he identificado en estos eventos con equipos a los que, por su manera de jugar, deseo que les vaya bien en estas justas. No tengo ningún nexo genealógico con ningún otro país que no sea el mío (soy criollo de cinco generaciones) por lo que no tengo nada sentimental con ninguna selección de otro país. Lo veo simplemente como lo que son: Equipos. Si me gusta su manera de jugar, les deseo que ganen, si no, que pierdan, hasta allí. Pero ocurre que también existen quienes no se conforman con el tibio apoyo que se les puede dar de palabra o frente a un televisor, sino que muchas veces pretendiendo ser quienes no son, salen a la calle con camisas que no son nuestras, con caras pintadas con colores que no son nuestros, a celebrar triunfos que no son nuestros. Esto no es casualidad. Tiene su razón de ser y trataré a continuación de explicar mi teoría al respecto.

Quienes nacimos en entre 1960 y 1990 conformamos la población adulta joven de este país, que es la que cultural, social y económicamente mueve a la república y le da su identidad. Nosotros, quienes nacimos en esa época nos tocó crecer en una situación que me atrevo a llamar de ausencia de cultura futbolística. No había cultura de fútbol nacional, porque apenas y teníamos algo de él. En comparación a la enorme maquinaria cultural asociada al béisbol o al baloncesto, nuestro fútbol era un minúsculo ente que luchaba ante la adversidad financiera. ¿Razones de porqué nuestro fútbol era un evento clandestino? Se puede especular sobre varias, pero quién sabe por qué a nuestra Federación le convenía esa clandestinidad y nunca hizo nada por cambiar la situación. Al no ser notorio, al no ser televisado, al no figurar en los medios (gústenos o no, el venezolano es un ser 100% mediático), no había manera de generar una fanaticada numerosa que pudiera compararse con la de nuestros vecinos continentales… Pero el fútbol es el fútbol. Es el deporte más hermoso que existe. Es el más practicado en el mundo, el que más pasiones despierta. Por su perfecta simpleza, por su elegancia, o quién sabe por qué, el fútbol es así. Es poesía llevada al deporte. Y ese poder que tiene el fútbol de apasionar no iba a encontrar excepción en Venezuela. Así, se teje el siguiente escenario: El fútbol es el deporte rey y ante la ausencia de una cultura local con la cual identificarse, muchos se buscaron una de afuera. Algunos con la del país de sus antepasados, otros con la de países vecinos. Es algo natural. Antinatura hubiese sido que fuéramos un país que rechazara el fútbol por no ser algo “de aquí”. Por eso surgieron aquí hinchas de clubes de afuera… ¿Cómo decirle a alguien que se haga hincha de un club que, primero, no puede conocer porque no lo ve en los medios y, segundo, al año siguiente iba a desaparecer? Unos cuantos sí lo lograron (Héroes que se ganan todo mi respeto), pero muchos no. Es impresionante que en nuestro torneo haya habido campeones que no hayan podido defender su título a la temporada siguiente porque desaparecieron. Si se mira el palmarés de nuestro fútbol, aparecen tetracampeones que ya no existen. Muchos dirán que ese ambiente tan hostil es consecuencia de la falta de apoyo en los estadios, pero ¿Cómo se apoya lo que no se conoce? ¿Dónde vimos el primer partido de béisbol de nuestra vida? ¿En el estadio? No. Seguro que fue por TV y de allí surgió le idea de ir al estadio. Y es que es la TV quien abre el interés al deporte. Somos seres mediáticos ¡¿Qué vamos a hacer?!

Por esta razón se da este fenómeno que hoy (y quiero enfatizar la palabra “hoy”) se critica tanto de manera poco adecuada, según mi modo de ver. Durante años Las Mercedes y sus alrededores vio cómo venezolanos celebraban los éxitos de Brasil, Argentina, Italia, España, Portugal…

Ahora bien, llega el bienaventurado 14 de agosto de 2001 y el espectacular auge de los “Lanceros de Páez”. Esos héroes que sin estructura, sin cultura, sin fanaticada y en desventaja con respecto a sus rivales lograron vencer, con baile, a la todopoderosa Uruguay en Maracaibo. Y luego cayeron Chile, Perú y Paraguay. ¡Bingo! La Vinotinto estaba en los medios, ergo, se despertó el interés. Un detonante para que existiera un cultura futbolística con la cual podernos identificar. Pero la herencia del pasado es fuerte y los procesos culturales son lentos, por lo que conviven dos situaciones: Se sigue haciendo lo que se hacía en el pasado y la nueva cultura busca hacerse un espacio.

Allí es donde surge el asunto que nos lleva a discusiones interminables. Quienes se abrogaron el derecho de abanderar la nueva cultura han acuñado un término que está de moda en este momento y que se usa para agraviar a quienes se resisten en abandonar la costumbre pasada: “Pastelero”. La primera vez que leí este término en un contexto equivalente fue en la novela “El General en su Laberinto” de Gabriel García Márquez. Según la novela, “Pastelero” era un término que usaba El Libertador Simón Bolívar para referirse a aquellos que cambiaban de visión política por conveniencia. Recuerdo alguna frase más o menos así: “Ese pastelero se acuesta conservador y se levanta liberal”. Desconozco si esa fue la razón por la cual se empleó el término en este otro ámbito, pero podría decirse que con algunos matices, no está del todo mal extrapolado. Lo cierto es que en lo que a mi opinión respecta, me parece la palabra más necia, inútil, inapropiada y testaruda del momento. Y no por sentirme aludido (en mi closet no hay camisetas de ninguna selección foránea), sino porque en el manejo de la situación cultural resta mucho más de lo que suma. Lleva a posiciones extremistas que conducen a situaciones contradictorias. Muchos de estos “anti-pasteleros” caen en las contradicciones más absurdas. ¿Quién se come el cuento de que no van a ver el Mundial porque Venezuela no clasificó? Asumen tales posiciones que una reacción cónsona con su discurso sería no ver el Mundial. Muchos creen que pueden dictar cátedra de nacionalismo y les pregunto: ¿Dónde estaban ustedes antes de 2001? ¿Por qué se habla de pastelerismo hoy y no en los 80’s y 90’s con la misma fortaleza? Muchos padecen del complejo de Adán. Azuzar el nacionalismo es una manera equivocada de promover la nueva cultura porque, me aventuro a decir, quien se pone una camiseta de Brasil no lo hace por vende patria (la mayoría de los casos), sino por ser víctima de una situación cultural de la cual no es culpable. Todos queremos que esa situación cambie, pero debemos remar todos en la misma dirección y no crear divisionismo. El bochornoso y grotesco espectáculo que una vez se dio en Maracaibo en el cual venezolanos celebraban goles de Brasil encajados por la Vinotinto no puede servir como pretexto para pasar por el mismo rasero a todo el mundo.

Es muy simple. Si Ud. quiere vestirse con una camisa de Brasil y salir a bailar samba a Las Mercedes con su cara pintada de verde y amarillo, es libre de hacerlo. Yo tengo mi opinión al respecto de eso, pero esa es sólo mi opinión, no la verdad absoluta. Tampoco pretendo que las viejas costumbres se erradiquen de la noche a la mañana. Ahora, el día que logremos una victoria importante, póngase su camiseta Vinotinto y haga lo propio. Yo estoy seguro de que será así. A fin de cuentas, la nueva cultura llegó para quedarse y si bien los procesos culturales llevan su tiempo, son irreversibles. Hace falta que nuestro fútbol sea culturalmente accesible y eso no se logra excluyendo ni ridiculizando a nadie. Estoy seguro que cuando llegue el mundial de 2014 las banderas de Venezuela serán las que se verán en los carros de nuestras ciudades y el centro de atención será la Vinotinto, porque a ese mundial sí vamos a clasificar. A los que piensan que soy un ingenuo, para muestra un botón: El pasado mundial Sub-20. En FIFA.com fuimos catalogados como la afición más colorida del evento. ¿No recordamos cómo sorprendimos a muchos cuando seguíamos cantando nuestro himno después de que lo cortaban? Fue hermoso. Un verdadero orgullo. Eso contribuyó a la creación de un ADN cultural con el que sí provoca identificarse. Inventar insultos no es algo a lo que yo me quiera plegar.

Para este mundial, en ausencia de Venezuela, tengo a mis favoritos. Veré sus partidos, celebraré goles de bella factura, porque amo el fútbol y lo que veremos es lo mejor de lo mejor de ese deporte. No creo ser un vende patria por eso. Simplemente, soy un aficionado más. No me ataviaré con colores que no son míos porque no es mi estilo, pero disfrutaré del fútbol bien jugado por selecciones que tal vez no me representen, pero se trata del mejor fútbol del mundo y no me lo pienso perder. Tengo la convicción de que esta será la ÚLTIMA vez que vea un mundial sin mi Vinotinto. Y en Brasil 2014 a ese tricolor lo que le toca es batirse contra los vientos de mis ciudades, cubrir los rostros de mis compatriotas… Con ese vinotinto querido pegado a nuestros corazones gritaremos juntos como país: ¡GOL DE VENEZUELA!


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